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LA GENTE

Norberto Chaves

Atrapada su consciencia en el discurso avasallador del sistema; enredada en la trama de ofertas comerciales, políticas, tecnológicas y financieras; compelida a dar respuesta permanente a estímulos externos; privada de autodeterminación, la gente toma posición, elige, opina, decide… sin haber tenido un instante para pensar.

Este desplazamiento de la consciencia hacia los estímulos de las ofertas de consumo, en todas sus versiones, lleva implícita una radical despolitización, una forma de discapacitación, es decir, de dependencia de las capacidades ajenas: las del poder. Simplemente: alienación completa. El ciudadano responsable, o sea, social, ha sido sustituido por el individuo aislado, solo atento a sus impulsos primarios, inmediatos e inconexos entre sí.

Este nuevo sujeto, cualquiera fuera su condición social, es ajeno a toda práctica mínimamente consecuente de la reflexión. Los procesos analíticos caen fuera del campo de sus posibilidades. La vida privada, la vida social y política de la gente está regida por respuestas reflejas, instantáneas, automatismos sustentados en prejuicios, aprioris, lugares comunes.

Carente de una racionalidad indagadora que busque detrás de los fenómenos de la realidad social sus causas, orígenes, motivos, condicionantes, su consciencia se demora sine die en las anécdotas, y las interpreta conforme las matrices ideológicas dominantes.

A estas resistencias al conocimiento de las fuerzas que operan sobre la realidad social por detrás de los eventuales protagonistas visibles, se suma hoy la sorda sospecha de que estamos asistiendo a una auténtica catástrofe. Y esa sospecha es alejada de la mente de la gente por el natural espanto que suscita.

La gente prefiere creer que darse cuenta, y se aferra a las “verdades” del sistema como a un clavo ardiente. Es lo que La Boetie bautizó, ya en el Renacimiento, con la brillante expresión de “servidumbre voluntaria”. Y preferir adherir a las mentiras del poder que a las verdades del horror es, precisamente, lo que ocurre en las vísperas de todos los holocaustos. Fascistización pasiva.

Finalmente, sobre esa inteligencia desarmada, cae el “volumen asfixiante” de mensajes informativos y publicitarios, expresamente redactados para decirle a la gente qué es lo que debe pensar, lo que debe creer, lo que debe desear, lo que debe hacer. Y, por supuesto, lo que debe votar. Y vota sin medir las consecuencias, simplemente porque las desconoce. La gente no sabe medir. Ignora el significado de las cosas, de los hechos, de las palabras, de las consignas electorales.  Nuestro destino está en manos de una horda de alienados que nos arrastra a su propio suicidio.

Al margen de esa masa pre-cívica y pre-racional, grupos sociales herederos de una tradición de autonomía, preservados de aquella alienación, perseveran en el desarrollo, aun parcial, de un pensamiento propio. Son ajenos, también, a la reflexión; pero un espíritu colectivo les protege, al menos, de las mentiras oficiales. Comunistas, trotskistas, anarquistas fueron, aún conflictivos entre sí, los antepasados, ya extintos, de los movimientos contemporáneos.

Hoy son los movimientos estables de reivindicación de los derechos nacionales y sociales. Tales, el peronismo, el catalanismo, el incipiente chavismo, el incipiente lulismo (con el tiempo, nuestros hermanos de Latinoamérica tendrán su propio “peronismo”). A ello se suman las organizaciones de defensa de los DDHH y los movimientos juveniles espontáneos como ha sido Indignados.

Pero la tendencia del desarrollo de la sociedad posmoderna (anómica, pulsional, pre-cívica) no insinúa una posible reversión del proceso de sumisión pasiva de la población ante el erotismo del Poder. Salvo momentos revolucionarios, de efímera lucidez, en que se quiebra aquella costra fenoménica y aflora el sustrato real de todos los conflictos, salvo esas coyunturas de quiebre, la historia no se muestra sino como el fruto de aquella irracionalidad y aquel conformismo disfrazados de realismo.

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